Escribir con brújula

Escribir con brújula

En qué consiste escribir con brújula. Ventajas y desventajas frente a escribir con mapa y las reflexiones de dos ilustres brujuleadores.

En numerosas ocasiones se distingue a escritores y escritoras  entre quienes escriben con mapa (hoy en día sería con navegador y GPS) y quienes escriben con brújula. Aunque resulta casi imposible que alguien pertenezca en exclusiva a uno de los «bandos», es una distinción que considero bastante válida.

Sentarte a escribir un libro con un mapa requiere un trabajo previo: tener la estructura cerrada (hasta capítulo a capítulo, en algunos casos), los personajes plenamente perfilados, tramas, subtramas, giros… Solo falta rellenar de carne ese esqueleto, seguir el itinerario marcado en el mapa. Es la forma de escribir que predomina, al menos entre la gente que conozco en este oficio, y me parece la más recomendable porque la otra, como diré, encierra no pocos peligros.

Puede que escribas con brújula por voluntad propia: has usado las dos fórmulas y te has convencido de que tú eres más de preguntar sobre la marcha que de seguir el itinerario autoimpuesto. O puede que lo hagas, como en mi caso, porque no seas capaz de hacerlo de otro modo. Nos solemos sentar con la brújula, algunas ideas sueltas, intuiciones, destinos posibles y mucha incertidumbre. Lo mejor de escribir con brújula es que vamos descubriendo la historia casi como si fuésemos lectores de la misma,  algo que resulta muy sugerente.

Sin embargo, es un método de trabajo que conlleva riesgos, y los principales tienen que ver con una de las acepciones del diccionario de brujulear: «andar sin rumbo fijo». El principal peligro peligro que tiene dejarse llevar por la brújula es, efectivamente, deambular, perderse, olvidar por qué se ha cogido tal o cual camino…

Camino equivocado

Para no elucubrar mucho más, voy a poner un ejemplo que he sufrido en mis propias carnes.

Llevaba escrito más o menos la mitad de un libro cuando se me ocurrió reunir a dos de sus personajes en un rincón de la montaña palentina porque tenían que tratar un asunto. De pronto, la conversación entre ellos se empezó a ir de las manos y se me enrollaron. Tal cual. Delante de mis narices. Yo no quería, pero no pude hacer nada por evitarlo.

Qué bonito, ¿no? Pues no. El hecho de que estos dos personajes se enrollasen me destrozaba la historia, dejaba de tener sentido. El efecto del beso en el libro fue devastador. No pude continuarlo. Me encontraba con la siguiente paradoja: un beso que había surgido tan espontánea y naturalmente no podía borrarse, y la historia, con ese beso, no podía avanzar. Así que desde hace años hay dos personajes que no habían sido concebidos el uno para el otro, unidos en un beso eterno, y un escritor con un libro inacabado por no haber llevado un buen mapa.

[Este artículo ha llegado a su destino]

Por último, quería añadir dos citas que, si no hubiesen sido escritas hace años, diría que son comentarios a este tema:

Javier Marías:«Sí, soy un escritor de brújula y no, como la mayoría, de mapas. Hay escritores que necesitan saberlo todo de sus historias y de sus personajes antes de ponerse a escribir, en cierto modo se limitan a desarrollar algo que ya estaba cerrado. Yo, sin embargo, sólo quiero una brújula para que me indique el norte. Y no es que no sepa a donde quiero ir, es que no me gusta trabajar con un mapa y tener la sensación desagradable de que sólo me limito a redactar. A mí me gusta sentir cierta incertidumbre, porque si supiera de cabo a rabo lo que va a pasar me aburriría mucho.»

James Matthew Barrie: «Hay escritores que pueden planear de antemano sus historias como una ruta de tren y no salirse de esas vías… Yo no puedo ser así. Miro mucho el mapa, buscando el camino mejor, lo subrayo con tinta roja, pero a la primera encrucijada mis personajes se me van de las manos. ¡Volved aquí! —les grito—, os estáis saliendo del camino. Es que nos gusta más éste —replican—. Pero no sois más que gente de un libro, y el libro es mío. Pocas veces me hacen caso, y acabo siguiéndolos. Si no soy yo el primero en ceder, no nos hacemos amigos, cosa fatal para un libro.»

(Artículo adaptado del publicado en el desaparecido diario de literatura juvenil El Tiramilla)

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